Octavio Paz -Libertad bajo palabra- |
miércoles, 18 de agosto de 2004 |
Libertad bajo palabra
Allá, donde terminan las fronteras, los caminos se borran. Donde empieza el silencio. Avanzo lentamente y pueblo la noche de estrellas, de palabras, de la respiración de un agua remota que me espera donde comienza el alba.
Invento la víspera, la noche, el día siguiente que se levanta en su lecho de piedra y recorre con ojos límpidos un mundo penosamente soñado. Sostengo al árbol, a la nube, a la roca, al mar, presentimiento de dicha, invenciones que desfallecen y vacilan frente a la luz que disgrega.
Y luego la sierra árida, el caserío de adobe, la minuciosa realidad de un charco y un pirú estólido, de unos niños idiotas que me apedrean, de un pueblo rencoroso que me señala. Invento el terror, la esperanza, el mediodía -- padre de los delirios solares, de las falacias espejeantes, de las mujeres que castran a sus amantes de una hora.
Invento la quemadura y el aullido, la masturbación en las letrinas, las visiones en el muladar, la prisión, el piojo y el chancro, la pelea por la sopa, la delación, los animales viscosos, los contactos innobles, los interrogatorios nocturnos, el examen de conciencia, el juez, la víctima, el testigo. Tú eres esos tres. ¿A quién apelar ahora y con qué argucias destruir al que te acusa? Inútiles los memoriales, los ayes y los alegatos. Inútil tocar a puertas condenadas. No hay puertas, hay espejos. Inútil cerrar los ojos o volver entre los hombres: esta lucidez ya no me abandona. Romperé los espejos, haré trizas mi imagen, que cada mañana rehace piadosamente mi cómplice, mi delator. La soledad de la conciencia y la conciencia de la soledad, el día a pan y agua, la noche sin agua. Sequía, campo arrasado por un sol sin párpados, ojo atroz, oh conciencia, presente puro donde pasado y porvenir arden sin fulgor ni esperanza. Todo desemboca en esta eternidad que no desemboca.
Allá, donde los caminos se borran, donde acaba el silencio, invento la desesperación, la mente que me concibe, la mano que me dibuja, el ojo que me descubre. Invento al amigo que me inventa, mi semejante; y a la mujer, mi contrario: torre que corono de banderas, muralla que escalan mis espumas, ciudad devastada que renace lentamente bajo la dominación de mis ojos.
Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día.
Freedom through the word
There, where the frontiers end, the roads fade away. There the silence begins. I advance slowly and fill the night with stars, with words, with the breathing of a distant water that awaits me where dawn begins.
I invent the eve, the night, the next day that arises in its bedrock and rides with limpid eyes a world painfully dreamt. I sustain the tree, the cloud, the boulder, the sea, presentiment of joy, inventions that wane and flicker before the light that disintegrates.
And then the arid sierra, the adobe house, the meticulous reality of a puddle and a stolid pirú, of a few idiotic children who stone me, of a rancorous village that snitches on me. I invent terror, hope, midday -- father of solar deliriums, of sophisms of light, of women who castrate their lovers of an instant.
I invent the scald and the howl, the masturbation in the latrines, the visions in the dung heap, the prison, the louse and the chancre, the scuffle for the broth, the denouncement, the viscous animals, the ignominious contacts, the nighttime interrogations, the self-examination, the judge, the victim, the witness. You are those three. Who to turn to now and with what sophistry to defeat your accuser? Pointless are the petitions, the pleas, the allegations. Pointless to knock on the sealed doors. There are no doors, only mirrors. Pointless to close the eyes or to return among the men: this lucidity never abandons me. I will shatter the mirrors, I will shred my own image, which each morning my accomplice, my informer, devoutly remakes. The solitude of the conscience and the conscience of the solitude, the day with bread and water, the night without water. Drought, field devastated by a sun without eyelids, cruel eye, oh conscience, pure present where the past and the future burn without glow or hope. Everything runs into this eternity that runs nowhere.
There, where the roads fade away, where the silence ends, I invent despair, the mind that conceives me, the hand that draws me, the eye that discovers me. I invent the friend who invents me, my likeness; and the woman, my opposite, tower that I crown with banners, rampart that my foams assail, devastated city that slowly reawakens under the domination of my eyes.
Against the silence and the commotion, I invent the Word, freedom that invents itself and invents me, every day.
Translated by Gilles d'Aymery & Jan BaughmanEtiquetas: Octavio Paz |
posted by Bishop @ 10:20 |
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