Octavio Paz -Himno entre ruinas- |
miércoles, 15 de septiembre de 2004 |
Himno entre ruinas
donde espumoso el mar siciliano... Góngora
Coronado de sí el día extiende sus plumas. ¡Alto grito amarillo, caliente surtidor en el centro de un cielo imparcial y benéfico! Las apariencias son hermosas en esta su verdad momentánea. El mar trepa la costa, se afianza entre las peñas, araña deslumbrante; la herida cárdena del monte resplandece; un puñado de cabras es un rebaño de piedras; el sol pone su huevo de oro y se derrama sobre el mar. Todo es dios. ¡Estatua rota, columnas comidas por la luz, ruinas vivas en un mundo de muertos en vida!
Cae la noche sobre Teotihuacan. En lo alto de la pirámide los muchachos fuman marihuana, suenan guitarras roncas. ¿Qué yerba, qué agua de vida ha de darnos la vida, dónde desenterrar la palabra, la proporción que rige al himno y al discurso, al baile, a la ciudad y a la balanza? El canto mexicano estalla en un carajo, estrella de colores que se apaga, piedra que nos cierra las puertas del contacto. Sabe la tierra a tierra envejecida.
Los ojos ven, las manos tocan. Bastan aquí unas cuantas cosas: tuna, espinoso planeta coral, higos encapuchados, uvas con gusto a resurrección, almejas, virginidades ariscas, sal, queso, vino, pan solar. Desde lo alto de su morenía una isleña me mira, esbelta catedral vestida de luz. Torres de sal, contra los pinos verdes de la orilla surgen las velas blancas de las barcas. La luz crea templos en el mar.
Nueva York, Londres, Moscú. La sombra cubre al llano con su yedra fantasma, con su vacilante vegetación de escalofrío, su vello ralo, su tropel de ratas. A trechos tirita un sol anémico. Acodado en montes que ayer fueron ciudades, Polifemo bosteza. Abajo, entre los hoyos, se arrastra un rebaño de hombres. (Bípedos domésticos, su carne -a pesar de recientes interdicciones religiosas- es muy gustada por las clases ricas. Hasta hace poco el vulgo los consideraba animales impuros.)
Ver, tocar formas hermosas, diarias. Zumba la luz, dardos y alas. Huele a sangre la mancha de vino en el mantel. Como el coral sus ramas en el agua extiendo mis sentidos en la hora viva: el instante se cumple en una concordancia amarilla, ¡oh mediodía, espiga henchida de minutos, copa de eternidad!
Mis pensamientos se bifurcan, serpean, se enredan, recomienzan, y al fin se inmovilizan, ríos que no desembocan, delta de sangre bajo un sol sin crepúsculo. ¿Y todo ha de parar en este chapoteo de aguas muertas?
¡Día, redondo día, luminosa naranja de veinticuatro gajos, todos atravesados por una misma y amarilla dulzura! La inteligencia al fin encarna, se reconcilian las dos mitades enemigas y la conciencia-espejo se licua, vuelve a ser fuente, manantial de fábulas: Hombre, árbol de imágenes, palabras que son flores que son frutos que son actos.
Hymn among the ruins
Where foams the sicilian sea... Góngora
Self crowned the day displays its plumaje. A shout tall and yellow, impartial and beneficent, a hot geyser into the middle sky! Appearances are beautiful in this their momentary truth. The sea mounts the coast, clings between the rocks, a dazzling spider; the livid wound on the mountain glistens; a handful of goats becomes a flock of stones; the sun lays its gold egg upon the sea. All is god. A broken statue, columns gnawed by the light, ruins alive in a world of death in life!
Night falls on Teotihuacán. On top of the pyramid the boys are smoking marijuana, harsh guitars sound. What weed, what living waters will give life to us, where shall we unearth the word, the relations that govern hymn and speech, the dance, the city and the measuring scales? The song of Mexico explodes in a curse, a colored star that is extinguished a stone that blocks our doors of contact. Earth tastes of rotten earth.
Eyes see, hands touch. Here a few things suffice: prickly pear, coral and thorny planet, the hooded figs, grapes that taste of the resurrection, clams, stubborn maidenheads, salt, cheese, wine, the sun's bread. An island girl looks on me from the height of her duskiness, a slim cathedral clothed in-light. A tower of salt, against the green pines of the shore, the white sails of the boats arise. Light builds temples on the sea.
New York, London, Moscow. Shadow covers the plain with its phantom ivy, with its swaying and feverish vegetation, its mousy fur; its rats swarm. Now and then an anemic sun shivers. Propping himself on mounts that yesterday were cities, Polyphemus yawns. Below, among the pits, a herd of men dragging along. (Domestic bipeds, their flesh- despite recent religious prohibitions- is much-loved by the wealthy classes. Until lately people considered them unclean animals.)
To see, to touch each day's lovely forms. The light throbs, all darties and wings. The wine-stain on the tablecloth smells of blood. As the coral thrusts branches into the water I stretch my senses to this living hour: the moment fulfills itself in a yellow harmony. Midday, ear of wheat heavy with minutes, eternity's brimming cup.
My thoughts are split, meander; grow entangled, start again, and finally lose headway, endless rivers, delta of blood beneath an unwinking sun. And must everything end in this spatter of stagnant water?
Day, round day, shining orange with four-and-twenty bars, all one single yellow sweetness! Mind embodies in forms, the two hostile become one, the conscience-mirror liquifies, once more a fountain of legends: man, tree of images, words which are flowers become fruits which are deeds.
Translated by William Carlos WilliamsEtiquetas: Octavio Paz |
posted by Bishop @ 9:40 |
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